Ava Hills.
La tarde en París se sentía diferente. Mi corazón estaba en llamas.
La tristeza se apoderaba de mis emociones.
—¿Cómo es posible que nadie me avisó que Liam estaba en París.
—El señor David, fue quien atendió las llamadas.
La mucama se mostraba extrañada de que yo no hubiese recibido los mensajes que me había dejado con mi socio.
La sola mención de que Liam me hubiese buscado me llenaba de alegría, pero aun así, una nube oscura de preocupación me envolvía.
—¿Cómo que David lo sabía?
—Así es señorita Ava, nos apresuramos a llamar porque ese caballero hizo un tienda de campaña en la entrada de la mansión, hasta llamamos a la policía.
Pensé en despedir a la sirvienta que me estaba contado lo sucedido, pero no tenía caso.
“¡Rayos!, David me va a oír”, pensé enfadada.
La ira estaba hirviendo dentro de mí. Liam había cruzado el océano para verme y no supe nada.
La idea de que él pudiera estar decepcionado me consumía.
—Llévame a casa de David, de inmediato—Le ordené a mi chofer.