74. Dolor
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Eva
La sala olía a sangre.
A su sangre.
Lo llevé como pude, mi cuerpo cubierto de lodo, heridas y el recuerdo aún ardiente de la batalla. Magnus apenas respiraba, su pecho subía y bajaba en intervalos irregulares y yo podía sentir cómo el veneno se expandía con lentitud, robándole lo poco de fuerza que aún tenía.
—¡Abran paso! —grité al llegar a la puerta de la sala médica—. ¡Necesito ayuda ahora!
Los guerreros se apartaron. Yo no esperé. Lo llevé dentro, su cuerpo enorme colgando sobre el mío como un peso sagrado que no podía, ni quería, soltar. Lo recosté con cuidado sobre la camilla metálica, mientras mis manos presionaban con desesperación la herida de su pecho. El calor espeso de su sangre se pegaba a mi piel, y me sentí de nuevo al borde del abismo.
—¡Tiene veneno en la herida! ¡Hay que extraerlo ya! —alcancé a decir, jadeando.
La doctora llegó corriendo, seguida por dos asistentes.
—Luna, debe salir. Déjenos trabajar.
—¡No! ¡No me voy a ir! ¡Yo puedo hacerlo, tengo entrenami