75Eva—Luna...—Luna...Alguien me llamaba desde la distancia, pero mis ojos se negaban a abrirse. Mi cuerpo pesaba como si fuera parte del mismo lecho en el que yacía, y, sin embargo, podía escuchar cada sonido a mi alrededor: los pasos suaves, las voces apagadas, los suspiros de preocupación.¿No puedo despertar? me pregunté a mí misma, atrapada en algún rincón de mi mente.Miré a los lados —o eso creí hacer— y no vi a nadie. Solo esa oscuridad espesa que se siente cuando una parte de ti ya no sabe si pertenece al mundo de los vivos o al de los que se quedaron atrás.Y entonces, algo cambió.Una mano pequeña, cálida, dulce... se posó sobre la mía. No era imaginaria. Era real. Me ancló. Como si alguien hubiera arrojado una cuerda desde la superficie para sacarme del abismo.—Mami... ¿estás ahí? —susurró Kristal con su vocecita angelical, quebrada por las lágrimas contenidas.Y entonces...—¡Mami! ¡Mami! —llamó Kristen, insistente, temblorosa.Sentí un golpe en el pecho, una presión
76Eva Cuando Sofía me soltó, sentí que mis piernas temblaban, pero antes de que pudiera derrumbarme, Cedric me sostuvo. Me abrazó fuerte, como cuando estábamos y yo era la valiente en esos casos, pero él sabía que por dentro me estaba rompiendo.—Shhh... —susurró junto a mi oído—. Ya no estás sola, ¿me oyes? Estoy aquí, y no me pienso ir.Hundí la cabeza en su cuello, dejando que por un segundo el peso del mundo cayera sobre sus hombros. Cedric, el que siempre tuvo una sonrisa, ahora me hablaba con una seriedad que me arrancó una lágrima silenciosa.—Pensé que te perdía —dijo sin soltarme—. Que después de todo lo que has pasado, te ibas a quebrar del todo.—Me rompí un poco, Cedric —confesé con voz baja, ronca, cansada—. Él estaba ahí... y luego no. Estaba sangrando, y no podía hacer nada. Me quedé vacía. Perdida. No sabía si yo también me había ido con él —vi a Sofía llorando en silencio y sabía que me entendía.Él me apartó con delicadeza para verme a los ojos, y alzó una mano par
77EvaLas brujas se me quedaron mirando un largo rato, como si buscaran algo más allá de mi piel, como si trataran de leer mi alma. El silencio se volvió tan espeso que hasta el aire parecía contener la respiración.Finalmente, Fiorella habló con esa calma que a veces me irritaba por lo serena que sonaba incluso cuando decía cosas terribles.—No es tan sencillo, Luna Eva.Su voz era suave, pero no tibia. Escarlata bajó la mirada, como si el peso de lo que sabían fuera más grande que cualquier magia.—¿Qué no lo es? —pregunté, sintiendo cómo la desesperación me subía por la garganta como bilis—. ¿Ir a buscarlo? ¿Traerlo de vuelta? ¿Salvarlo?Fiorella negó lentamente con la cabeza.—Hades ha reclamado a Cerverus, el lobo de Magnus. Lo tiene con él, en el inframundo. Y el veneno... el veneno comprometió seriamente los órganos de tu compañero. Sin su lobo, el cuerpo humano no sanará del todo. No puede regenerarse como lo haría normalmente. Se está apagando... lentamente.Me quedé en sile
78Cerverus El aire era denso, cargado de muerte y viejos juramentos rotos. Cada paso que daba sobre el suelo rojo y quebradizo del Inframundo retumbaba como si el mundo me recordara que ya no pertenecía al reino de los vivos. No completamente.Hacía siglos que no sentía esta prisión en mi pelaje, esta ausencia de tiempo, este silencio insoportable que solo Hades parecía disfrutar.—Siempre supe que regresarías —dijo esa voz seca y serpenteante desde la oscuridad.Me giré lentamente. Ahí estaba él, sentado en su trono de obsidiana, con los ojos encendidos como brasas bajo la sombra de su corona retorcida. El Dios de la Muerte. Mi carcelero.—No vine por voluntad propia —gruñí, mostrando los colmillos.—Y, sin embargo, estás aquí. Has cruzado la línea —sonrió con cinismo—. El cuerpo de tu anfitrión fue envenenado, sus órganos comprometidos... ¿y tú qué hiciste? ¿Lo protegiste? ¿Luchaste? No. Huiste.—¡No lo abandoné! —rugí. Mi eco estremeció los pilares negros del salón—. Salí porque e
79EvaEstábamos en la sala ritual, rodeadas por velas negras y blancas, incienso ardiendo y un símbolo antiguo dibujado con sal de luna en el suelo. Escarlata sostenía un grimorio con páginas que parecían respirarse a sí mismas. Fiorella vertía gotas de sangre sobre un cuenco de cristal.—¿Por qué no me dijeron antes qué estaba en juego? —pregunté con rabia contenida—. ¡Es él! ¡Es Cerverus! ¡El alma del lobo de Magnus está atrapada con Hades!Fiorella me miró con solemnidad.—No es tan simple, Luna Eva. Para traerlo de vuelta, necesitamos el verdadero nombre de tu loba. Solo entonces podremos invocar el vínculo que aún la une al Inframundo.—¿Su nombre…? ¿Mina no es su verdadero nombre? —cuestioné.Escarlata negó con la cabeza. Su expresión estaba teñida de respeto… y de miedo.—No. “Mina” fue el nombre que tu subconsciente le dio para protegerte. Un velo. Un disfraz —confiesa.—Silencio… veo algo —dijo Escarlata callándonos de inmediato.—¿Qué ves? —pregunté obcecada.— Tu loba... t
80EvaEstaba sentada junto al fuego del altar sagrado, aun sintiendo cómo la voz de Nymeria reverberaba en mi pecho como un eco ancestral. Escarlata y Fiorella me miraban sin decir nada al principio. Sabían que algo había despertado… lo sentían en el aire, en la forma en que mis ojos brillaban plateados, como si la luna misma me observara desde adentro.—Ella habló, ¿verdad? —preguntó Escarlata, con la voz suave y respetuosa.Asentí lentamente.—No es solo mi loba. Es Nymeria… la primera hija de la Diosa Selene.Fiorella soltó un suspiro reverente, y sus ojos se humedecieron con emoción.—Esto no pasa en milenios —dijo ella, con voz ronca—. ¿Qué te dijo?Respiré hondo, recogiendo cada palabra como si fuera un fragmento sagrado del universo.—Ella… se enamoró de Cerverus hace más de quince mil años. Lo protegió… y él la salvó de Hades. Él fue castigado por eso. Y antes de que todo se perdiera, Nymeria huyó al mundo humano en forma de loba y unió su alma a un hombre bueno. De esa unión
81🌕 EvaLa noche cayó como un velo pesado sobre la tierra. No era una noche cualquiera. El aire vibraba, espeso, cargado de energía, como si el mismísimo universo estuviera conteniendo la respiración. Afuera, sobre la colina sagrada donde los antiguos rituales eran aún respetados, todo estaba dispuesto.El círculo había sido trazado con sal lunar, pétalos de lirios negros y cenizas de hueso de guardián. Escarlata y Fiorella cantaban una letanía en una lengua antigua que parecía retumbar en mis huesos, mientras yo, vestida de blanco y con la sangre de Magnus aun recorriendo mis venas, permanecía en el centro del círculo, de rodillas.Mina estaba a mi lado. O, mejor dicho, Nymeria. Ahora lo sabía. La primera hija de Selene. La loba que, por amor, caminó entre los humanos y dio origen a nuestra especie. Y más importante aún… la única que conocía el camino de regreso al alma de Cerverus.—Debes tener cuidado, Eva —dijo Nymeria con voz grave, su forma etérea ahora luminosa, majestuosa—.
82EvaHoras antes…Poco después, la puerta se abrió con un leve crujido, y el inconfundible aroma de Orión llenó la sala. Le lancé una mirada rápida mientras él se acercaba, con su porte recto, el uniforme manchado por la batalla, y el peso del deber sobre los hombros.Se quedó en silencio unos segundos, mirándonos… a mí, envuelta en una bata hospitalaria, y a Magnus, aún inmóvil. Luego se arrodilló frente a mí, como si necesitara bajarse al nivel emocional en el que yo me encontraba.—Luna… —dijo suavemente—. Sufrimos otro ataque de los pícaros, estamos bien. Con muchas bajas, pero Noctis Semper sigue en pie.Me costó un segundo reaccionar.—¿Cuántos…?—Tres muertos. Trece heridos de gravedad, todos en recuperación. Las familias han sido notificadas. Pero logramos repeler el ataque. Ellos huyeron, lo que nos da tiempo… aunque no sé cuánto.Asentí con lentitud. Dolía. Pero podía haber sido peor.—¿Y los traidores?—Identificados. Ya no están entre nosotros. —Su voz era fría en esa úl