26. El precio de amar a un McTavish
Decidida a tomar el toro por los cuernos, Josephine avanzó por los fríos pasillos de piedra hacia la habitación de la Druida Superiora. A estas horas, la Superiora ya debía estar en sus aposentos, por lo que Josephine redujo su paso, como si cada baldosa que pisaba la acercara más a un inevitable juicio.
A esas horas, el monasterio se sumía en un silencio inquietante, apenas interrumpido por el lejano silbido del viento que se colaba entre las grietas de los muros antiguos y el ocasional chirrido de engranajes de algún mecanismo en las habitaciones contiguas. Mientras recorría el pasillo, con el corazón latiéndole con fuerza contra el pecho, unos brazos pequeños y delgados la abrazaron por detrás. Un escalofrío la recorrió antes de soltar un suspiro de alivio. Sin necesidad de voltearse, reconoció al instante el calor familiar de aquel abrazo juguetón.
—Zacary —dijo Josephine mientras observaba cómo su hijo soltaba su cintura y se colocaba frente a ella con una sonrisa que iluminaba su