—Grace… tengo miedo de perder el rumbo si salimos de esta burbuja —le confesé en un susurro. Sentía que cada paso fuera de este lugar me alejaba de lo que realmente quería ser.
Díselo a Nana —respondió ella, suave pero firme—. Ella sabrá qué hacer. —Nana —la llamé mientras cuidaba con esmero una de sus plantas de lavanda—. ¿Puedo pedirte un favor? —Claro, hija. Lo que necesites. Tomé aire, sintiendo el peso de lo que iba a decir. —Quiero que me hagas una poción… para ocultar mi esencia. Quiero que nadie, ni siquiera yo, pueda reconocer a mi compañero destinado. Ella se quedó completamente inmóvil. La regadera que tenía en la mano quedó suspendida en el aire mientras me miraba con una mezcla de sorpresa y desconcierto. —¿Sin tu esencia...? —repitió lentamente, como si necesitara asegurarse de haber oído bien—. Pero Cece, sin ella… ni tú ni él podrán sentir el vínculo. ¿Estás segura de esto? Sus ojos, normalmente cálidos, estaban llenos de preocupación. Su entrecejo, profundamente fruncido. Sé que no comprendía del todo por qué se lo pedía… la verdad, ni yo misma podía explicarlo bien. Pero lo sentía. Lo sabía en el fondo de mis huesos. —Sí, Nana. Estoy segura. Quiero ser una guerrera. Alguien fuerte. Si estoy pensando todo el tiempo en quién es mi compañero o cuándo lo encontraré, no voy a poder enfocarme. No vine hasta aquí para seguir esperando. Vine para convertirme en alguien que no necesita que la rescaten. Nana me observó en silencio durante unos segundos eternos. Justo cuando empezaba a sentirme incómoda bajo su mirada, asintió lentamente. —Está bien. Te haré el hechizo que pedís. No será sencillo, y hay ingredientes que aún debo conseguir, pero puedo tenerlo listo en tres días. Solo con una condición: el hechizo terminará en tu cumpleaños número veinte. No puedes pasar la vida sola, hija. Los lobos… no fuimos hechos para eso. Grace necesita su compañero. Y tú también. —Estoy de acuerdo con Nana —intervino Grace desde lo profundo de mi mente—. Tenemos que volvernos fuertes por nosotras mismas… pero si pasamos demasiado tiempo sin nuestro compañero, corremos el riesgo de quebrarnos por dentro. Asentí, sintiéndome más segura con cada palabra. —Es un trato —dije con firmeza. Durante los días siguientes, Emerson me enseñó lo básico del manejo de cuchillas. No practicamos con armas de fuego, porque Nana nos necesitaba todo el tiempo. Nos ayudaba a empacar, cuidaba su jardín con más dedicación que nunca. Aunque insistí en que podía viajar sola, Nana no quiso ceder. Su corazón sabía que debía estar conmigo. Una noche, mientras cortaba hierbas secas en la cocina, me miró con los ojos iluminados por la luz cálida de las lámparas de aceite. —Cece —dijo con voz suave, casi ceremonial—. Esta noche, con la luna llena, haremos el hechizo. Debemos tener la bendición de la Diosa. Hizo una pausa, eligiendo bien sus palabras. —Esto no es solo ocultar tu esencia… es pedirle a la Diosa que oculte una parte de tu alma. Es un acto profundo. Requiere una ofrenda, tu voluntad… y el compromiso absoluto de tu corazón. Me estremecí. Sabía que lo que estaba pidiendo no era poca cosa. Tal vez era incluso una herejía. Pero también sabía que no podía regresar con el alma tan expuesta, con las emociones a flor de piel. —Estoy lista, Nana —le dije en voz baja—. Haré lo que sea necesario. Esa tarde preparamos todo con sumo cuidado: un cuenco de cerámica con runas grabadas por generaciones de mujeres de nuestra familia, pétalos de flores de luna, aceite de lavanda salvaje, salvia ardiente, y una daga de plata que alguna vez fue de mi bisabuela. Nana murmuraba oraciones en una lengua antigua mientras acomodábamos cada elemento en el altar del jardín trasero. Cuando el cielo se tiñó de azul profundo y la luna llena apareció majestuosa entre las ramas, me pidió que me colocara en el centro del círculo dibujado con ceniza y pétalos secos. —Cierra los ojos, hija. No los abras, pase lo que pase. Obedecí. Sentí el viento acariciar mi piel como dedos invisibles. Una energía profunda, ancestral, empezó a subir desde la tierra, entrando por mis pies y recorriendo todo mi cuerpo. Era como si las raíces mismas del mundo reconocieran lo que estaba ocurriendo. La voz de Nana se alzó fuerte, poderosa, invocando a la Diosa en un idioma que no entendía, pero que mi alma reconocía. Entonces, la voz de Grace llegó a mí, clara como el agua. —Espero que estés segura de esto Cece. Abrí los ojos solo cuando sentí que la brisa se detenía. El círculo brillaba tenuemente, iluminado por la luna. Nana estaba frente a mí, con los ojos llenos de emoción. —Está hecho —dijo con solemnidad—. Por los próximos meses, tu esencia estará sellada. No sabrás quién es tu compañero… y él no podrá encontrarte a ti. Me acerqué y la abracé con fuerza, sintiendo que algo dentro de mí acababa de cambiar para siempre. —Gracias, Nana. No lo olvidaré nunca. Ella me devolvió el abrazo, sus manos cálidas y temblorosas acariciando mi cabello. —Ahora ve a descansar, mi niña. Mañana comienza una nueva etapa. Una donde ya no vivirás esperando que el destino te encuentre… sino forjando tú misma el destino que mereces.