Capítulo 28. Biblioteca
—Vamos, acompáñame a la biblioteca —me dijo la madre de Irina.
Apenas crucé el umbral, recordé cuánto adoraba ese lugar. Era, sin duda, la joya de la casa. Aunque los padres de Irina tenían dinero de sobra y cada rincón era elegante y espacioso, la biblioteca era la que arrancaba suspiros.
Era un salón inmenso de dos niveles, con escaleras de caracol que conectaban los pisos. Los muros estaban cubiertos hasta el techo por estanterías repletas de volúmenes antiguos; el olor a cuero, papel viejo y polvo se mezclaba con un tenue aroma a jazmín que venía del jardín trasero. Los ventanales, altos y enmarcados en hierro forjado, dejaban entrar la luz de la tarde, bañando los sillones de cuero negro y el gran escritorio de madera al fondo, sobre el cual descansaba un retrato de la familia Wulfric: Irina de niña junto a sus padres, sonrientes.
—Ven, siéntate aquí. —La señora Wulfric señaló un sillón junto al escritorio y se alejó hacia un estante cerrado con llave.
Irina rodó los ojos.
—Esos