A la mañana siguiente, nos levantamos temprano. La visita al hospital estaba programada para las nueve. Me tomé un momento para observar bien mi habitación. La noche anterior no había prestado tanta atención a los detalles.
Todo seguía igual. Las paredes estaban adornadas con los mismos pósters de mis bandas favoritas. Sobre el escritorio, enmarcadas, estaban las fotos con mis viejos amigos, incluso con Dorian. Sentí un nudo en el pecho. Cada recuerdo era un golpe directo a lo que alguna vez fui. Respiré hondo, me levanté y tomé el cubo de basura. Uno a uno, fui arrancando los recuerdos de las paredes: fotos, entradas de conciertos, obsequios que Dorian me había dado. Los dejé caer al fondo del cubo como si eso bastara para sacarlos también de mi corazón.
—Ya superamos a ese estúpido —gruñó Grace, indignada—. Sabemos que la Diosa no nos quiso juntos, pero lo que más duele es que no volteó ni a vernos. ¡Ni siquiera se disculpó! Nos dejó ahí, solas.
Entré al baño. El agua caliente ayudó