Había algo distinto en la mansión esa noche.
El aire no era simplemente frío. Era espeso. Pesado. Como si llevara consigo un silencio extraño, cargado de electricidad. Como si la propia oscuridad estuviera conteniendo el aliento, esperando que alguien dijera o hiciera algo que no podría deshacerse después.
Luisa no podía dormir.
Daba vueltas en la cama desde hacía horas. El colgante que llevaba siempre colgado del cuello se le pegaba al pecho como si estuviera tibio, como si pulsara con su propia voluntad. Lo tomó entre los dedos y lo observó a la tenue luz de la lámpara.
Desde que se había manifestado la marca en su antebrazo, había tenido la constante sensación de que alguien la observaba. No en su habitación, ni desde los pasillos. Desde más adentro. Desde dentro de sí misma. Como si una presencia silenciosa hubiera despertado dentro de su sangre, y ahora caminara con ella, sombra sobre sombra.
Se levantó.
El suelo estaba frío bajo sus pies. La madera crujía como si la casa respira