94. Un ángel con llantas.
Narra Lorena.
El asfalto vibra bajo las ruedas del destartalado coche rojo como un animal respirando pesado, y el cielo se desgrana en un gris sucio que aplasta todo el paisaje con su peso opresivo. A mi lado, la chica, que se presentó como Danny apenas después de arrancar, canta a gritos desentonados la letra de una canción que habla de libertad como si fuera algo tan sencillo como un boleto de autobús.
Yo asiento de vez en cuando, murmuro monosílabos, me río en los momentos que ella espera que lo haga. El papel del adolescente callado, herido y rebelde me queda apretado en el cuerpo, pero lo interpreto mejor que cualquier papel que alguna vez bailé en un escenario.
—¿Cómo te llamás? —pregunta, masticando el chicle con la misma energía con la que acelera para esquivar un bache asesino.
—Leo —digo, usando el primer nombre que me suena creíble, corto, masculino, olvidable.
—¿Leo, eh? —se ríe, lanzándome una mirada rápida de complicidad—. Tenés cara de Leo.
Me muerdo el interior de la m