Narra Tomás. Villa.

El amanecer entra limpio por los ventanales, como si la luz ignorara deliberadamente la mancha de muerte que en ese mismo instante ocupa los titulares de todos los noticieros. Yo ya lo sé: la noche anterior, las imágenes fugaces de un cuerpo envuelto en plástico, la palabra iniciador repetida con solemnidad por el presentador, el eco de un estilo que los mediocres llaman brutal pero que yo sé que es método, mensaje, firma. Y sin embargo, me siento ligero, más ligero que nunca, porque esa violencia me pertenece solo en el rumor, no en la evidencia, y yo sigo intacto aquí, con mi café humeante en la mesa y la piel tibia de Dulce todavía impregnada en mis labios.

Ella bosteza suavemente, apenas despierta, arrastrando la bata de seda que le regalé, y se deja caer en la silla frente a mí como si aún no terminara de comprender el papel que le ha tocado en esta historia. No mira la pantalla, o si la mira no registra lo que en ella se anuncia. El noticiero escupe con voz g