475. Bocas dulces, promesas saladas.
Narra Dulce.
Nos sirven un postre tan delicado que por un momento me quedo inmóvil, mirándolo, sin atreverme a romper su perfección, como si al tocarlo fuera a desvanecerse junto con la ilusión que lo contiene. Sobre la superficie lisa y pálida de una base de crema helada reposan frutas glaseadas que parecen joyas barnizadas por la lluvia, cada una brillando bajo la luz suave que cae desde una lámpara de cristal; entre ellas, pétalos de flores comestibles se acomodan como si el viento los hubiera depositado ahí por casualidad, aunque sé que nada en esta casa es casual. El aroma fresco y agudo a limón asciende, envolviéndome, y me obliga a cerrar los ojos un segundo, como quien recibe una caricia inesperada.
Todo en esta casa parece sacado de una fantasía meticulosamente decorada: cada sombra está donde debe, cada color murmura en el tono exacto, y hasta el silencio parece diseñado para que una pueda escucharse respirar sin interrupciones. Aquí nada me duele. O, al menos, nada me duele