417. No soy de nadie, pero esta noche menos que nunca.
Narra Dulce.
No me importa si es veneno si me lo dan con una sonrisa. No esta noche. No con esta bronca.
La botella está vacía, y yo también, pero me sigo riendo. No sé de qué.
No me acuerdo hace cuántas cuadras dejamos el bar. Ni cómo se llama este tipo.
Creo que me lo dijo. Dos veces. No importa. Tiene una campera de cuero. Un diente de oro, y las manos calientes.
Eso me alcanza.
Y si Sami quiere desaparecer, si va a mirarme como si fuera un bicho enfermo, si se va a ir sin girarse, que se vaya.
Yo también sé irme.
Yo también sé olvidarla.
Aunque me duela.
Aunque me esté rompiendo por dentro mientras me balanceo en la vereda como una idiota.
—¿Seguro que no querés agua? —me dice él, sonriendo, marcando cada palabra como si me estuviera vendiendo un tiempo compartido en el infierno.
—Seguro —respondo, con la voz más firme que me sale.
Me cuesta caminar.
Me arden los pies.
Y tengo ganas de llorar, de gritar, de patear un tachito de basura.
Pero no hago nada de eso.
Solo lo sigo.
Entra