38. Olor a traición.
Narra Ruiz.
El cigarro me sabe a tierra húmeda. A cementerio recién abierto. A pasado podrido.
Estoy en la terraza del cabaret, con la camisa abierta y la pistola sobre la mesa.
El amanecer pinta la ciudad con esa luz sucia que tienen los lugares que nunca duermen.
Lorena duerme adentro, como si no tuviera secretos en la sangre.
Como si sus labios no hubieran temblado más de lo normal anoche.
Como si su cuerpo no se hubiera aferrado al mío con una mezcla extraña de deseo y miedo.
Algo no está bien.
Y no hablo de lo de siempre: policías corruptos, bandas rivales, negocios sucios.
No.
Hablo de ella.
—Don Ruiz —aparece Sully, con su voz de siempre, áspera y grave—. Tenemos un problema.
No hay días sin problemas.
Pero mi silencio le da permiso para hablar.
—Los de la vieja guardia, los que venían del norte… no están cómodos con la nueva sociedad. Dicen que usted les oculta cosas. Que no les está mostrando todas las cartas.
Lo miro.
No respondo.
Sully traga saliva.
—Y eso no es lo peor. Al