259. La grieta dorada.
Narra Ruiz.
No hay silencio en este lugar, aunque parezca. Aunque el mármol italiano de las escaleras brille sin una mancha, aunque las lámparas de cristal cuelguen quietas como lágrimas carísimas, como fantasmas de una ópera que nunca se termina. No hay silencio, no hay paz. No hay nada de eso en esta casa que armé con mis propias órdenes y delirios, como un escudo de oro para tapar la mierda. Esta mansión es mi capricho, mi trinchera, mi museo de los errores.
Dulce se ríe en el jardín, y esa risa sí que corta el aire. Está vestida de amarillo, con un modelito que mandé a hacer en Milán. El sol le pega en las trenzas que le armó Brisa temprano, mientras comían cereales frente a la tele gigante. Las vi desde arriba, apenas abrí las persianas automáticas. Me quedé un rato espiándolas como un cobarde. No me gusta verlas tan juntas. Me hace ruido, un ruido feo, como de pasos en una casa vacía. Brisa y Dulce, la mezcla entre la inocencia y el veneno. Es como mirar un cuchillo bañado en c