192. Una familia, una jaula, un imperio.
Narra Ruiz.
No hay prisión más hermosa que esa que uno mismo diseña para guardar lo que más teme perder. No tiene barrotes ni candados, pero está hecha de culpas, de silencios, de miradas que no se animan a ser caricias. Y ahí está ella. Lorena. Dando vueltas en esa habitación con las paredes blancas que mandé pintar para que pareciera un refugio, cuando en el fondo no es más que una jaula con olor a perfume caro y recuerdos rotos.
Los días pasan, uno tras otro, y aunque no lo diga, aunque no grite como antes, yo sé que me odia. Me lo dice con la espalda cuando me doy vuelta, con el silencio cuando le acerco la bandeja con comida, con ese "gracias" seco, dicho sin alma. Pero también sé que tiene miedo. Miedo de que no la deje ver más a la beba. Y ese miedo la mantiene cerca. Me sigue el juego, se deja acariciar el pelo, acepta que le hable de cosas que no le importan. Pero no se entrega. No del todo. Todavía no.
Bajo a la sala principal, y Brisa ya está ahí. Siempre lo está. Como una