175. Un día que no se olvida.

Narra Lorena.

Parir es como romperse por dentro para que algo nuevo florezca. Así me sentí cuando la escuché llorar por primera vez. Fuerte. Valiente. Como si en ese llanto se escondiera toda la furia y toda la esperanza del mundo. Mi hija. Mi pequeña.

Lloro. Lloro sin miedo ni pudor. Porque ese cuerpito chiquito, tembloroso y tibio, que ahora me apoyan en el pecho, es lo más puro que me pasó en años. La miro. Me mira. O algo así. Yo quiero creer que me mira, aunque sus ojitos apenas se abren. Y siento que en ese gesto mínimo hay una promesa, una especie de pacto silencioso: no te voy a soltar.

No sé cuánto tiempo pasa. La vida se detiene. El dolor ya no importa. Las cicatrices se callan. Las traiciones, los fantasmas, los nombres malditos, todo queda allá lejos. No hay cárcel, ni jueces corruptos, ni Ruiz. Solo está ella. Y yo.

Entra Gomes.

Y es como si la escena necesitara su presencia para estar completa.

Viene agitado, con la camisa desabrochada a medio camino y esa cara de perro
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