105. Lo que es mío, no se toca.

Narra Ruiz.

Me mira como si quisiera matarme.

Y besarme otra vez.

Y la entiendo. Yo haría lo mismo si estuviera en su lugar.

Tiene los ojos cargados de furia, de miedo… y algo peor.

Deseo.

El deseo es una trampa jodida. Porque cuando sabés que no deberías sentirlo, arde más.

Se tapa el cuerpo con las sábanas como si no lo hubiera entregado todo hace cinco minutos. Como si no me hubiera suplicado con los muslos que no me detuviera.

Pero la conozco. Lorena es especialista en huir incluso cuando está atada a vos por dentro.

Me incorporo. Enciendo un cigarro. Exhalo lento. No por efecto. Porque me gusta ver cómo el humo le cruza la cara mientras parpadea tratando de esconder lo que siente.

—Estás hermosa —le digo, sin apuro—. Más de lo que recordaba.

Ella no responde. Se aferra al silencio como un rehén. Piensa que eso le devuelve el poder.

Pobrecita.

Me acerco.

Despacio.

Como si no la conociera. Como si tuviera que conquistarla de nuevo, paso a paso.

Pero no.

Solo quiero que sepa que no
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