103. Ese algo más que obsesión.

Narra Lorena.

No hay reloj en la pared, pero siento que pasaron horas.

Quizás días.

O toda una vida.

La habitación está diseñada para romperme.

Demasiado suave. Demasiado blanca. Demasiado limpia. No hay barrotes, ni cadenas, ni candados… pero todo está cerrado.

Hasta mi voluntad.

Ruiz es un experto en encierros disfrazados de lujo. Lo sé. Me preparé para esto. Pero no esperaba sentir su lengua otra vez bajando por mi cuello, ni sus manos acariciándome como si aún me perteneciera.

Y mucho menos… que me temblaran las piernas después.

No.

No voy a caer. No otra vez.

Toco mis labios con la yema de los dedos, como si pudiera borrarlo. Como si pudiera arrancarme de la piel el sabor de su traición, del deseo torcido que sigue latiendo aunque me duela.

La puerta se abre.

Y entran ellas.

Dos mujeres, vestidas de blanco, como si vinieran de un convento o de un culto silencioso. La primera es rubia, delgada, tan pálida que sus venas parecen tinta azul bajo la piel. La otra es morocha, más
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