Luciano estaba sentado tras su escritorio de madera oscura, rodeado de papeles y balances financieros de Grupo Delcourt que parecían multiplicarse sin sentido, como si el caos de su vida se reflejara en esas cifras que ya no lograba controlar.
Su chaqueta reposaba descuidadamente en el respaldo de la silla, la corbata floja dejaba ver la tensión marcada en su cuello y un leve brillo de sudor en su piel.
Sus dedos tamborileaban con nerviosismo sobre la superficie, marcando un ritmo frenético que traicionaba su ansiedad, mientras su mirada saltaba de una columna de números a otra, incapaz de encontrar calma o respuestas.
Aún tenía presente el almuerzo fallido de hace dos días, cuando había intentado persuadir a Catalina por las buenas para que le cediera la custodia de los niños, un esfuerzo inútil que solo había servido para encender más a la nueva Catalina.
Ni siquiera sabía dónde se estaba quedando, tanto silencio en ella le comenzaba a asustar.
De pronto, el sonido del timbre retumb