Terca hasta el final.
En el Grupo Moreau, los ascensores subían y bajaban sin pausa.
Catalina caminaba con paso firme por el pasillo principal, la cabeza erguida, la mirada fija al frente. Cada tacón que golpeaba el mármol parecía una declaración de guerra.
Los empleados se apartaban al verla pasar, bajando la vista o simulando estar ocupados. En sus ojos había respeto, pero también temor.
No solo sabían quién era, sino lo que representaba, la mujer que había hecho tambalear al imperio Moreau.
La noche anterior apenas había logrado cerrar los ojos.
Ella y Julián habían pasado horas repasando la conversación con Franco, tratando de asimilar lo que habían escuchado.
Las pruebas, los nombres, las muertes; todo seguía repitiéndose en su mente. Cuando el silencio por fin los alcanzó, Catalina se recostó junto a sus hijos, disfrutando por primera vez en meses de verlos dormir sin miedo, sin sobresaltos. Aquella paz efímera fue un respiro, pero también una carga, porque sabía que la calma siempre es la antesala d