Si hay que actuar… actuaremos.
La atmósfera en la sala se había vuelto densa, como si cada partícula de aire estuviera cargada de una electricidad silenciosa. Nadie hablaba, pero las miradas se cruzaban con una intensidad que decía más que mil palabras.
Catalina sostenía el teléfono con ambas manos, como si de ese aparato colgara no solo la verdad, sino también el peso de su pasado.
En la pantalla, una imagen congelada mostraba con crudeza los pagos realizados al psiquiátrico.
Y fue entonces, con la mirada aún fija en esa foto, que su voz rompió el silencio, tan suave como desgarradora, teñida de una fragilidad que apenas se intuía bajo su aparente entereza.
—Mira esto —susurró—. Este documento lleva mi firma autorizando el aumento de la dosis del fármaco que me mantenía sedada… pero jamás firmé nada. Estuve dormida durante semanas, casi sin conciencia de lo que pasaba a mi alrededor.
Sara bajó la cabeza con el alma estrujada, como si una mano invisible le apretara el pecho con una fuerza que le cortaba el alien