Nos veremos en el tribunal.
Catalina despertó con la esperanza frágil y casi irreal de aferrarse al recuerdo del día cuando había sentido por primera vez en semanas que sus hijos la reconocían, aunque fuera solo por instantes.
Recordó con nitidez cómo Elian había apoyado su cabeza en su regazo, buscando consuelo en un gesto que derritió su corazón, y cómo Lana, después de tanto miedo y desconfianza, la había dejado trenzar su cabello mientras cantaba una canción antigua que solía arrullarlos en noches más felices.
Ese recuerdo era como un faro en medio de la tormenta, el único refugio que la mantenía de pie en una guerra emocional que parecía no tener fin.
Sin embargo, aquella paz frágil se hizo añicos apenas sonó su teléfono.
Catalina tomó el móvil sin pensar, con el corazón acelerándose por una intuición oscura.
La pantalla estaba inundada de notificaciones que parecían multiplicarse con cada segundo: mensajes urgentes de Sara, de Mario, llamadas perdidas, incluso textos de números desconocidos que resultaban