Necesito control.
Luciano apoyó los codos sobre el escritorio de nogal, hundiendo los dedos en el borde de la madera con tanta fuerza que los nudillos se le blanquearon.
Por quinta vez consecutiva marcó el número directo del ala B del Saint-Rémy. Cada pitido del tono libre se le clavaba en los oídos como el eco de un fracaso. Era como escuchar cómo alguien huía mientras él se quedaba atrapado.
Uno... dos... tres tonos... y nada.
Su dedo tembló cuando colgó, dejando que el móvil golpeara la superficie del escritorio y la carcasa vibró levemente entre sus manos sudorosas. La pantalla parpadeó un segundo más, como si incluso el aparato compartiera su desesperación, sabía que aquel silencio no era un error ni una casualidad.
Era un mensaje.
Una traición.
Lo sentía en la piel, en la presión invisible que le apretaba el pecho hasta impedirle respirar con normalidad, en el sudor frío que resbalaba desde su nuca hasta perderse bajo el cuello desordenado de su camisa.
Con el pulgar tembloroso marcó