Aprendí de ellos.
El sonido del mazo aún resonaba en la memoria de Catalina cuando salió de la sala.
Se apoyó un instante contra la pared fría del pasillo, intentando recuperar el aliento que se le había ido entre las mentiras.
Había soportado todo sin quebrarse, pero ahora el cuerpo le pedía tregua. Las piernas le temblaban y la garganta le ardía por contener las palabras que no podía decir.
Julián se acercó despacio, con esa calma suya que parecía envolverla en medio del caos, como si solo con su presencia todo volviera a tener sentido.
—Tienes que comer algo —le dijo en voz baja, con una ternura que la desarmó de inmediato—. No puedes ir a la segunda parte del juicio con el estómago vacío.
Catalina lo miró y trató de sonreír, aunque le temblaban los labios. Sentía el cansancio hundido en los huesos.
—No creo que me pase nada si no como —murmuró, intentando sonar tranquila, aunque sabía que su voz sonaba frágil.
—Yo sí