A pesar del nudo que le apretaba la garganta, Valeska cruzó la calle con paso decidido. El corazón le latía tan fuerte que sentía su pulso en las sienes, como si cada latido gritara que no debía estar ahí, que no debía ver lo que había visto… pero, aun así, necesitaba respuestas. No podía quedarse con esa imagen clavada en el pecho. No después de todo lo que había pasado. No después de lo que compartieron, de lo que construyeron, de lo que fueron.
Lisandro, al verla acercarse, pareció sorprendido por un instante. Su ceño se frunció, sus labios se entreabrieron como si fuera a decir algo… pero se contuvo. Y, como si activara un interruptor interno, todo rastro de emoción desapareció de su rostro. En un segundo, el hombre que alguna vez la había mirado como si fuera su universo, se convirtió en un completo desconocido. Uno frío. Medido. Lejano.
Ella se detuvo frente a él, con la frente aún herida y una venda visible en el brazo, como prueba viva de lo que acababa de pasar. Como prueba d