El auto se detuvo frente al gran edificio donde se había llevado a cabo la ceremonia de salida a bolsa, y el corazón de Valeska palpitaba tan fuerte que sentía como si su pecho fuera a estallar.El chofer apenas había abierto la puerta, cuando ella descendió impulsada por la rabia, por la humillación acumulada, por la necesidad de tener una explicación frente a frente. Y mientras avanzaba con paso decidido hacia el evento que ya daba sus últimos coletazos, lo único que tenía claro era que no podía, no iba a dejar que nadie hablara por ella.Mucho menos que alguien decidiera el destino de su matrimonio mientras ella se quedaba cruzada de brazos.La gente elegante caminaba en tacones, trajes oscuros, copas de champagne, perfumes caros y conversaciones huecas que llenaban el aire con ese bullicio sutil y elitista que pretendía parecer refinado. Valeska no encajaba, pero tampoco le importaba. Su mirada iba filtrando las imágenes como un bisturí: solo quería encontrarlo a él.Y no tardó en
Valeska no podía creer lo que acababa de suceder. Su cuerpo aún temblaba por la repentina reacción de Lisandro. ¿Cómo podía ser que en un solo instante, ese hombre que había conocido por tantos años, el padre de su hijo, el compañero de su vida, pareciera ser alguien completamente distinto? Había sido tan frío, tan distante, como si los años de matrimonio, las promesas, los sacrificios, no significaran nada.Lo miró con desconcierto, buscando algo en esos ojos que alguna vez habían reflejado cariño y comprensión. Por un breve instante, creyó ver una chispa de lo que había sido su Lisandro, el que la cuidaba, el que la miraba como si fuera la única mujer en el mundo. Pero, esa chispa desapareció rápidamente, como una ilusión rota por la cruel realidad.Lisandro la soltó, como si su contacto fuera algo que ya no deseaba. Y con una voz que denotaba un control absoluto, le dijo, sin titubear.—No hay nada que puedas hacer aquí, Valeska. Te sugiero que te vayas a casa. Yo me encargaré de t
El silencio de la casa la golpeó con una fuerza que no esperaba.Era ese tipo de silencio denso, que no solo llenaba los espacios, sino que se metía en los huesos, en la piel, en los rincones más profundos del pecho. Apenas cruzó la puerta, Valeska dejó el bolso sobre la mesa del recibidor y fue directamente hacia la habitación del bebé. No necesitaba pensar dos veces hacia dónde quería ir. Solo deseaba ver a Adrián, tenerlo cerca, abrazarlo, llenarse de su olor tibio, suave, ese olor a leche, a vida, a hogar.Lo encontró dormido, con una manita sobre el pecho y la otra estirada hacia un lado, como si en sueños estuviera intentando alcanzar algo. Se inclinó sobre él con una ternura automática, sin filtros, sin lógica, simplemente empujada por el amor más puro que conocía. Acarició su frente, con los dedos temblorosos aún, y lo alzó con cuidado, envolviéndolo con una manta ligera, llevándolo hasta la mecedora junto a la ventana.Allí se quedó, en silencio, con el bebé en brazos. Las lu
La brisa suave de la mañana acariciaba su rostro mientras caminaba, pero no bastaba para despejar la nube que le pesaba en la cabeza. Valeska empujaba el cochecito con una calma fingida, casi mecánica, sus pasos sobre la vereda eran firmes, pero dentro de ella todo temblaba.Adrián dormía tranquilo, con una manita fuera de la manta ligera, el gorrito sutilmente ladeado, completamente ajeno a todo el ruido que palpitaba en la mente de su madre.El parque estaba casi vacío a esa hora. Algunos adultos mayores caminaban lento con sus bastones o sus perros pequeños, una pareja trotaba a lo lejos, y un niño lanzaba una pelota contra un árbol sin mucho entusiasmo. Todo parecía normal. Casi demasiado normal.Y fue en ese preciso momento, cuando bordeaba una pequeña plazoleta cubierta de madreselvas, que lo sintió. Esa punzada sutil en la nuca. Esa sensación antigua, casi animal, de ser observada.Se detuvo un segundo, fingiendo acomodar la manta de Adrián, mientras sus ojos se movían en todas
La casa se sentía un poco más cálida, con el sonido del ronquido de Adrián resonando en su mente, incluso si el bebé seguía profundamente dormido en su portabebés cuando llegaron. Valeska lo miró con ternura mientras lo acomodaba en brazos del mayordomo, que siempre lo recibía con una sonrisa suave y los brazos abiertos. No dijo nada. Solo asintió cuando ella le pidió que lo mantuviera abrigado, bien alimentado, y lejos de cualquier tensión.Oliver la observó desde el umbral, con las manos en los bolsillos, los hombros ligeramente tensos.—Voy a ir al trabajo —dijo Valeska, sin mirarlo, como si necesitara verbalizarlo para convencerse a sí misma. Se enderezó, se alisó el abrigo y alzó el rostro—. Necesito ordenar mi cabeza.—Te llevo —dijo él de inmediato, sin darle tiempo a replicar.Ella lo miró por fin, arqueando una ceja. —Puedo manejar sola, Oliver.—No hoy —respondió con una firmeza que no daba espacio a discusión—. No después de lo que pasó. No quiero que estés sola.Valeska ab
Las palabras le hicieron sentido como si se incrustaran en su pecho, no como una herida, sino como una cicatriz que por fin empezaba a cerrar.Asintió, lentamente, sintiendo que algo dentro de ella se acomodaba por primera vez en días.—Tienes razón —susurró, sin mirar a Oliver—. No puedo seguir esperando a que Lisandro regrese con respuestas. No puedo seguir cargando con preguntas que ni siquiera me pertenecen. Si no es un traidor, el tiempo lo dirá. Pero necesito saber qué lo aleja de mí. No por él… sino por mí. Para entender que no fui yo el problema.Suspiró, aliviada por haberlo dicho en voz alta. Como si liberarse de esas palabras fuera liberarse de un yugo invisible.—Tengo que hacerme a un lado —agregó—. Necesito enfocarme en lo que yo quiero… en lo que necesito. No puedo seguir apagándome por alguien que no lucha por mantenerme cerca.Oliver la miró con una mezcla de orgullo y ternura. Iba a decir algo más, pero ella lo interrumpió con una sonrisa cansada.—Gracias por traerme
La mañana en el hotel comenzaba con una brisa suave que entraba por las ventanas altas del despacho privado. Valeska había llegado temprano, antes que todo el personal, con la necesidad imperiosa de estar en control de algo… aunque fuera solo de sus horas de trabajo. Tenía el cabello recogido en un moño bajo, los labios sin color, y ese brillo apagado en los ojos que solo se notaba si uno la miraba demasiado tiempo.El zumbido del celular sobre el escritorio la distrajo. No lo miró de inmediato, simplemente lo dejó vibrar hasta que se detuvo. Fue solo cuando volvió a sonar, esta vez con una notificación, que alzó la pantalla.Era una fotografía de Iskra junto con Lisandro.Él estaba cocinando, de pie junto a una estufa moderna, sin chaqueta, con las mangas de la camisa arremangadas. Parecía sonreír, aunque Valeska no pudo asegurarlo. Iskra estaba sentada al fondo, en la barra, con la mirada clavada en él y una sonrisa de satisfacción evidente.Los labios de Valeska se apretaron, como s
La casa estaba en silencio, salvo por el leve tic-tac del reloj en la pared del pasillo. Valeska caminó con pasos suaves, descalza, arrastrando la bata de satén que le cubría hasta los tobillos. La tela se deslizaba como un susurro contra el piso de madera mientras empujaba la puerta del cuarto de Adrián y se deslizaba dentro, guiada más por el instinto que por la costumbre.El aire estaba perfumado con esa mezcla tenue de crema para bebé, loción de lavanda y algo más… el olor de su hijo, de su hogar. El único lugar en el mundo que aún se sentía auténtico.Se acomodó en la cama junto a él, con el cuerpo entumecido por el cansancio, pero con la mente demasiado despierta como para permitirse dormir. Observó a Adrián unos segundos, esa carita redonda y dulce, tan parecida a la de su abuela que dolía. Luego alzó la vista al techo, como si en las sombras pudiera encontrar las respuestas que los días no le habían dado.Tenía papeles, nombres, pistas sueltas que no encajaban.«A.R.» Una empr