Durante los primeros días después de que Lisandro se marchara, Valeska trató de mantenerse fuerte. Aunque su ausencia dolía, al menos había cierta constancia en los mensajes y llamadas que recibía de él.
Era como si, a pesar de la distancia, siguieran sosteniéndose el uno al otro con palabras, con esos pequeños gestos que solo quienes están realmente conectados saben valorar.
Las conversaciones no eran largas ni demasiado profundas, pero eran suficientes para que ella sintiera que él todavía estaba presente. Un mensaje por la mañana para preguntarle cómo había dormido, otro por la tarde para saber si había comido, y alguno al anochecer, para desearle dulces sueños. Pequeños detalles que, aunque simples, se habían vuelto esenciales.
Sin embargo, esa rutina tan reconfortante comenzó a cambiar, casi imperceptiblemente al principio.
Las respuestas se volvieron más cortas, los tiempos entre un mensaje y otro se alargaron, y cuando finalmente sonaba el teléfono, la voz de Lisandro sonaba di