El bar al que Mikhail la llevó no era como los que Valeska solía frecuentar. No tenía la elegancia de un bar de alta categoría ni la música suave de un lugar exclusivo, sino que era más bien un sitio discreto, donde las luces eran lo suficientemente tenues como para disimular las miradas inquisitivas y donde el aire se sentía cargado de historias sin contar.Parecía el tipo de lugar en el que la gente venía a escapar de sus propios pensamientos, donde el alcohol servía como un refugio silencioso para las almas atormentadas que preferían ahogar sus problemas en vasos de licor en vez de enfrentarlos.Mikhail caminó con naturalidad hacia una mesa apartada en una esquina, como si conociera bien el sitio y supiera exactamente dónde debían sentarse para evitar interrupciones. Se dejó caer en el asiento con la misma actitud despreocupada que lo caracterizaba y luego dirigió su mirada inquisitiva a Valeska, quien aún parecía debatirse entre sentarse o cambiar de opinión y salir de ahí de inme
El silencio dentro del hotel era sofocante. Apenas cruzó la puerta de su habitación, Lisandro sintió como si todo el aire a su alrededor se volviera pesado, denso, cargado de una quietud insoportable que solo servía para recordarle lo que había ocurrido horas atrás.Cada pared, cada mueble, incluso la tenue iluminación del lugar, le parecía ajena, como si estuviera atrapado en un espacio que no le pertenecía, en una vida que ya no reconocía. A pasos lentos, avanzó hasta dejarse caer en el sofá, con la mirada fija en un punto inexistente del techo.El sonido seco de una notificación resonó en la habitación, sacándolo por un momento de su ensimismamiento.Desbloqueó su teléfono y vio que era un correo de Oliver, probablemente un informe de trabajo que necesitaba su revisión. Pero, por primera vez en mucho tiempo, no sintió el más mínimo interés en leerlo.El trabajo, su responsabilidad, su rutina… nada de eso tenía sentido en ese instante. No cuando su mente seguía atrapada en el mismo
El ambiente en la oficina de Valeska era tenso. Aunque la jornada laboral seguía su curso y los empleados se desplazaban de un lado a otro con documentos en mano, atendiendo llamadas y cumpliendo con sus tareas diarias, dentro de su despacho, la atmósfera era completamente distinta. Había una quietud espesa, incómoda, llena de palabras no dichas y pensamientos reprimidos.Mikhail estaba sentado en una de las sillas frente al escritorio de Valeska, con los codos apoyados sobre sus rodillas y la cabeza ligeramente inclinada hacia delante, mientras ella, en completo silencio, desinfectaba con cuidado los cortes en su rostro con un algodón impregnado de antiséptico. La presión de sus dedos era delicada pero firme, sin un ápice de ternura, como si simplemente estuviera cumpliendo con una obligación y no con un acto de verdadero interés.—Dime la verdad —susurró ella de repente, sin levantar la mirada.Mikhail tardó en responder. Sus ojos se desviaron hacia la ventana, como si esperara enco
El roce de sus labios aún estaba fresco en su memoria cuando, de repente, la realidad la golpeó con fuerza. Su cuerpo, que hasta hacía unos segundos había cedido al contacto con Lisandro, reaccionó como si de pronto se hubiera encendido una alarma en su interior.No. No podía permitirse esto. No después de todo lo que había pasado. No después de haber jurado que no volvería a caer en el mismo error.Con una oleada de frustración y rabia mezcladas con una emoción que no quería nombrar, Valeska empujó a Lisandro con más fuerza de la necesaria. Él se tambaleó ligeramente, sorprendido por la reacción, pero no intentó detenerla cuando ella retrocedió un paso y le lanzó una mirada fría y llena de determinación.—No vuelvas a hacer eso —murmuró, su voz tembló levemente, no de miedo, sino de una lucha interna que le costaba ganar—. No intentes confundirme, Lisandro.Él la miró, sus ojos oscuros reflejando algo que no supo descifrar. Pero en lugar de decir algo más, simplemente la dejó ir.Val
El primer pensamiento que cruzó por la mente de Lisandro al abrir los ojos fue que el dolor había disminuido. Ya no sentía esa punzada aguda que le atravesaba el abdomen ni la pesadez insoportable en la cabeza. Sin embargo, en cuanto trató de moverse, descubrió que su cuerpo aún se sentía extraño, entumecido por la anestesia y el cansancio acumulado.Fue entonces cuando la vio.Justo al lado de su cama, con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados, estaba ella. Valeska. Dormía sentada en una silla incómoda, pero con el ceño ligeramente fruncido, como si incluso en sus sueños la preocupación no la abandonara.Y verlo allí, en ese estado tan frágil y al borde de lo irreversible, no la había alejado. Al contrario.Lisandro tragó saliva con dificultad. Por un instante, pensó que tal vez seguía soñando. Que su mente, confundida por la medicación, le estaba jugando una broma cruel. Pero el calor de su presencia, la forma en la que el sol de la mañana se colaba por la ventana y acariciaba
Cuando Valeska empujó con suavidad la puerta de la habitación, no sabía qué se encontraría del otro lado. ¿Dormido? ¿Molesto? ¿Indiferente? ¿Agradecido, quizás? Lo único que no esperaba ver era a Lisandro incorporándose ligeramente en la cama, con los ojos abiertos de par en par y una expresión de sorpresa tan clara que por un segundo se quedó paralizada.No era solo sorpresa. Era esa clase de alivio que se siente cuando uno cree que ha perdido algo para siempre, pero de pronto lo encuentra justo donde lo dejó, esperándolo con paciencia.—Volviste —susurró él, como si todavía no se atreviera a creerlo del todo.Valeska, sin mirarlo directamente, entró con paso firme, aunque por dentro sentía que se tambaleaba. En una mano llevaba una pequeña bolsa con artículos personales que había comprado para él: cepillo de dientes, pasta, una camiseta de algodón gris claro, una muda de ropa interior, un peine, y un pequeño frasco con su loción favorita. En la otra, un termo térmico con una sopa ca
El comedor de empleados, usualmente tan ruidoso, se encontraba extrañamente silencioso esa tarde. Las voces lejanas del pasillo parecían llegar como ecos difusos, y el sonido del reloj de pared marcando los segundos era lo único que daba la sensación de movimiento dentro de ese ambiente congelado por la tensión.Mikhail estaba sentado en una de las mesas centrales, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, los codos sobre el borde y los dedos entrelazados, apretados con fuerza. Frente a él, Valeska sostenía una taza de té con ambas manos, como si la calidez del líquido pudiera neutralizar el frío que le recorría la espalda.—¿De verdad vas a perdonarlo así de fácil? —preguntó Mikhail de golpe, con la voz ronca, casi afónica de tanto contener lo que llevaba días, semanas, meses acumulando—. ¿Después de todo lo que hizo? ¿Después de cómo te trató?Valeska levantó lentamente la vista, posándola en él. Sus ojos, aunque serenos, tenían una chispa encendida. Una mezcla de molestia
Desde hacía días, la ausencia de Mikhail se sentía como una sombra pesada en los pasillos de la empresa.No era solo que no estuviera físicamente; era que la energía que solía cargar cada sala que pisaba, esa mezcla de intensidad y arrogancia silenciosa, se había desvanecido por completo. Valeska trató de convencerse de que no le importaba, de que después de lo ocurrido en el comedor, después de esa confesión, de ese momento tan fuera de lugar, tan inoportuno, lo más sano era que él se alejara. Pero no podía evitar mirar su celular cada tanto, abrir su conversación por inercia, ver ese maldito doble check azul que jamás se transformaba en una respuesta.La curiosidad era una cosa. La culpa, otra. Y sí, por más que se lo negara, una parte de ella sí sentía culpa. Por no haber sido más clara. Por no haberlo visto venir. Por no haber notado antes cómo se fracturaba algo dentro de él.Así que cuando lo vio aparecer, varios días después, se le apretó el pecho sin poder evitarlo. No era el