Oliver caminaba por el pasillo del hospital con un nudo en el estómago que no se deshacía desde la conversación que acababa de tener con Lisandro. La frialdad de sus palabras, disfrazadas de desesperación, todavía le retumbaban en la cabeza.
No había sido una amenaza directa, pero lo había dejado claro: si Valeska no volvía, si no había una oportunidad para ellos, entonces él no tenía motivos para seguir intentando. No cooperaría más con los tratamientos, no querría vivir.
Y no lo dijo llorando ni gritando, lo dijo con esa mirada vacía que precede a las decisiones definitivas. Una calma que no debería estar ahí, no en alguien que apenas había sobrevivido. Y eso, para Oliver, fue aún más alarmante.
—No quiere volver —le había dicho, con la voz arrastrada, pero los ojos bien abiertos—. Pero tú puedes convencerla. Siempre te ha escuchado a ti. Dile que la necesito. Que no entiendo todo lo que pasó, pero que si no vuelve… no tiene sentido seguir. No voy a fingir que quiero mejorar si ella