Valeska no entró enseguida. Se quedó un momento de pie frente a la puerta, con la mano sobre el picaporte y el corazón golpeándole el pecho con una mezcla imposible de definir. No era temor. No exactamente. Era más bien un nudo de incertidumbre, de cansancio, de esas emociones difíciles de clasificar que solo nacen cuando uno tiene que enfrentarse a algo que no pidió, pero que tampoco puede evitar.
A través del pequeño cristal rectangular en la puerta, alcanzaba a ver la silueta de Lisandro recostado, medio erguido gracias al respaldo de la cama.
Tenía la cabeza girada hacia la ventana, como si buscara algo en el horizonte. O tal vez a alguien. Ella.
Quizá esperaba verla entrar. Quizá había preguntado por ella desde el primer segundo en que abrió los ojos. Y sin embargo, no era eso lo que la tenía dudando frente a la puerta.
Lo que la retenía era otra cosa. Algo mucho más profundo. Mucho más jodido.
Finalmente empujó la puerta y entró sin hacer ruido. Lisandro giró la cabeza al oírla,