La noche había caído sin hacer ruido, extendiéndose como una sábana opaca sobre la ciudad, mientras Fabricio regresaba en su auto por calles que ya conocía de memoria. Las luces de los semáforos parpadeaban entre rojo y verde sin que nadie les prestara demasiada atención, y el murmullo constante de las ruedas sobre el asfalto apenas lo sacaba de sus pensamientos.
No era la primera vez que volvía del edificio de la fiscalía con más dudas que certezas. Pero esta vez había algo distinto. Esta vez, las piezas del rompecabezas empezaban a tener sentido, y aunque todavía no tenía pruebas que lo respaldaran del todo, la dirección era clara.
Julio.
Todo apuntaba hacia él.
Aparcó frente al hospital con el gesto serio, las manos apretadas sobre el volante durante unos segundos antes de soltarlo. Respiró hondo. No quería que se le notara la ansiedad. Tenía que mostrarse firme, centrado. Sobre todo por Valeska. Porque lo que venía a decir podía cambiarlo todo… otra vez.
Los encontró en la sala de