Valeska apoyó la frente contra la puerta de la habitación, como si en ese contacto mínimo pudiera encontrar una respuesta, una señal, algo que le dijera que Lisandro iba a despertar. Pero no hubo nada. Solo el silencio imperturbable del pasillo, el zumbido lejano de un monitor y la vibración muda de su celular, que ignoró sin siquiera mirar la pantalla.
El mundo podía detenerse, podía arder allá afuera, pero dentro de ese pasillo, solo existía ese cuarto y el cuerpo quieto que lo habitaba.
La puerta no cedió ni un milímetro. Lisandro seguía dormido.
Unos pasos suaves la hicieron girar la cabeza. Oliver venía caminando despacio, con las manos en los bolsillos y la mirada cansada, pero no agotada. Había algo contenido en su rostro, una firmeza que no era dureza, como si hubiera elegido ser fuerte justo para ese momento.
Ella no se movió. No dijo nada.
Él tampoco.
Se detuvo a su lado, sin invadir su espacio, como si supiera que ella necesitaba el margen, el aire, el respeto.
—¿Quieres ba