MONSERRAT
No era la primera vez que Ignacio me pedía algo de último momento, pero esta vez me descolocó por completo. Otra vez tenía que cubrirlo. Otra vez tenía que ser yo la que ajustara y reorganizara su agenda. Al principio me enojé —no lo voy a negar—, porque apenas había regresado del viaje anterior y ya me estaba pidiendo que viajara por la empresa. Y lo peor: sin darme demasiadas explicaciones.
Acepté porque no había otra opción. Al final de cuentas, yo era parte del equipo y del engranaje que mantenía en pie a Belmont, y si Ignacio necesitaba que lo representara, no iba a dejarlo mal parado. Pero en el fondo algo me decía que todo esto iba más allá de simples &ldq