IGNACIO
Quería esperar despierto a Monserrat, pero los medicamentos que había empezado a tomar eran demasiado fuertes y me inducían a un sueño profundo del que no podía escapar. Cerré los ojos con la esperanza de escuchar el sonido de la puerta cuando llegara, de oler su perfume o de sentir su beso en la frente, pero nada de eso sucedió.
Cuando desperté a la mañana siguiente, la casa estaba en silencio y la cama vacía. Miré el reloj de la mesa de noche: 9:30 a.m.. Había dormido demasiado. Con un suspiro resignado, me levanté, me di una ducha rápida y me vestí. Ya desayunaría algo en el camino.
Tomé el celular