El teléfono sonó cuando menos lo esperaba. Estaba en casa cuadrando las citas para ir a visitar dos departamentos al día siguiente. Vi el nombre de Irina en la pantalla y dudé unos segundos antes de contestar.
—Hola, Monserrat —su voz sonaba ligera, casi cantarina—. Perdona que te moleste a esta hora, pero quería invitarte a cenar mañana. Como agradecimiento por ayudarme con ese trabajo que conseguí.
No lo pensé demasiado. Había algo en su tono que me hizo sentir obligada a aceptar. Le respondí que sí, que no había problema, y colgué sin darle vueltas. La visita a los apartamentos sería otro día.
Al día si