CAPÍTULO 149
MONSERRAT
Cuando regreso a casa, el sonido de mis tacones resuena en el pasillo silencioso. Dejo las llaves sobre la consola y me quedo quieta unos segundos. No puedo negar que el día fue largo. Todo el mundo en la oficina hablaba de lo mismo. Las miradas, los comentarios a media voz, los silencios incómodos cuando yo entraba a una sala.
Ya no hay forma de ocultarlo. Todos se dieron cuenta.
Respiro hondo antes de abrir la puerta del living. Mi abuela está sentada en su sillón favorito, con un chal gris sobre los hombros y su taza de té humeante en las manos. Me sonríe con esa ternura que desarma cualquier defensa.
— Buenas noches, hija. —Su voz suena suave, pero tiene ese tono que sé que significa “quiero hablar en serio”.
— Buenas noches, abuela —respondo mientras me saco los zapatos—. ¿Cómo estuvo tu día?
— Tranquilo. Estuve casi todo el día en la oficina, y de regreso fui un rato al jardín; tenía varios árboles que podar —Hace una pausa breve y luego añade—: ¿Y el tuy