CAPÍTULO 150

MONSERRAT

He estado en reuniones de directorio desde que tengo dieciocho años.

Sé cómo funcionan las negociaciones, los silencios estratégicos, los discursos medidos. Sé cuándo alguien miente, cuándo intenta ganar tiempo, cuándo teme perderlo todo. Pero esta vez… no hay manual que me prepare.

Nunca habíamos enfrentado una crisis como esta.

Nuestra empresa —la misma que el padre de mi abuelo levantó desde cero, la misma que durante años fue un símbolo de orgullo familiar; soy la cuarta generación al mando de esta empresa— se convirtió, sin darnos cuenta, en un instrumento para lavar dinero. Aún me cuesta pronunciarlo en voz alta. Cada vez que lo pienso, me duele el estómago.

Desde que descubrimos el fraude interno, las semanas se han vuelto eternas: auditores, abogados, comunicados, reuniones con el ministerio y con la junta de accionistas. Y, aun así, siento que nada alcanza.

Debemos pagar impuestos atrasados, multas y quién sabe cuántas sanciones más. La magnitud del d