CAPÍTULO 142
MONSERRAT
Estoy bajando al estacionamiento con la tarjeta en la mano; tomo el ascensor para que me lleve tres pisos por debajo del mundo de papeles y reuniones, y en el silencio húmedo del subsuelo mi corazón late de otra manera. Julian me espera junto a su coche, como todos estos días. Ya me estoy acostumbrando a esa visión: su espalda apoyada en el capó, la chaqueta echada hacia atrás, esa calma que parece no perturbarse por el ruido de la ciudad. Me da un poco de pudor, y un alivio inmenso, al mismo tiempo.
— Parece que finalmente sí te estás convirtiendo en mi chofer —bromeo mientras me acerco—. No me quejo.
Él me mira con esa sonrisa ladeada que le conozco desde que éramos adolescentes y me responde con ironía:
— Es muy irónico que seas la dueña de una empresa que fabrica coches y no sepas manejar.
— Deberías enseñarme —le digo, en un tono ligero que no consigue esconder la tensión—.
— Antes ven acá —dice y me estampa un beso tierno en los labios, casi de costumbre.