CAPÍTULO 143
CARLOS
El olor a caucho y aceite temprano por la mañana tiene un efecto calmante en mí. No es la tranquilidad de la contemplación; es la serenidad del depredador que conoce su terreno. Los boxes están casi vacíos todavía; la gente llegará con el paso del día y el circuito tomará vida. Por ahora somos dos o tres las voces que resuenan entre las lonas y los andamios: mecánicos ajustando, técnicos comprobando, pilotos afinando su concentración. Me muevo con la seguridad de quien no necesita pedir permiso: este lugar fue mío durante mucho tiempo, y aún cuando lo dejé, nunca dejé de tener claves y puertas abiertas.
Lo veo venir: Ramon Rotte, gordo en el pecho como quien vive entre tuercas y abrazos de metal, con esa especie de paso pesado que adquieren los que han pasado décadas entre motores. Nos saludamos con la cortesía característica de los que comparten secretos; su mano aprieta la mía con una complicidad que excita mi plan.
— Buenos días, señor Anderson —dice con formali