CAPÍTULO 137
JULIAN
Los motores virtuales rugen en la sala de simuladores. Estoy con todo mi equipo y también con el de Santiago. La concentración es máxima: pantallas encendidas, datos en tiempo real, gráficos que marcan tiempos y comparaciones. Todo vibra con ese pulso de adrenalina que solo el automovilismo puede dar, incluso en una práctica digital.
Estoy anotando observaciones en una tableta cuando la puerta se abre. Entro en alerta inmediata. La figura que aparece me resulta inconfundible. Carlos. A su lado, dos hombres trajeados y otro joven, que reconozco como un representante menor de prensa.
El ambiente se enfría de golpe. Los muchachos dejan de hablar, Santiago se quita los auriculares y lo mira sorprendido.
— ¿Qué haces acá, Carlos? —le pregunto con voz firme.
Él sonríe con esa suficiencia que siempre me provocó rechazo. —Vengo a ver a mi piloto. Santiago es mío. No te metas.
— Tuyo ya no es nadie. —Me levanto de la silla, encarándolo—. Ya no tienes nada que hacer acá.
El