CAPÍTULO 130
MONSERRAT
Volví de la oficina cansada. Pero no era un cansancio físico, no era mi cuerpo el que pedía descanso. Era mi mente. Mi cabeza estaba hecha un nudo de pensamientos, y lo único que deseaba era dejar de pensar. Necesitaba apagarme por un instante, aunque fuera imposible.
Cuando entré a la oficina por la mañana me encontré con una sorpresa en mi escritorio. Una pequeña caja envuelta con cuidado, con un lazo azul marino. No tenía tarjeta, pero no la necesitaba. Apenas la abrí, descubrí un llavero metálico en forma de osito dentro de un cochecito. Una cosa tan simple y, al mismo tiempo, tan significativa. Sonreí sola, con ese calor suave que me nacía desde el pecho. Era de Julián. Lo sabía sin que nadie me lo dijera. Y ese detalle, tan suyo, tan inesperado, significó mucho para mí. Mucho más de lo que podía admitir.
Quizá por eso pasé el resto del día con ese cosquilleo incómodo en el estómago. No podía concentrarme. No podía mantener la seriedad con la que siempre tr