MONSERRAT
Por un momento creo ser la misma Monserrat de diecisiete años, esa que pasaba tardes enteras con Julián en el taller improvisado que teníamos en casa de mi abuelo, hablando de autos, de carreras, analizando los movimientos de nuestros pilotos favoritos como si nos fuera la vida en ello. Esa ilusión adolescente, esa complicidad pura y sin dobleces, vuelve a mí con una fuerza inesperada.
La tarde me dejó una sensación que hace mucho no experimentaba: serenidad. Entre tanto caos, entre números que no cuadran en la empresa, miradas interesadas, presiones externas, sentirme por unas horas como la chica que soñaba con las pistas de kartings al lado de Julián, es como respirar oxígeno puro.