Bianca golpeaba el pecho de Dave con puños débiles, sus palabras arrastradas por el alcohol.
—¡Mentiroso! ¡Nunca me amaste!
Las lágrimas le caían por el rostro mientras gritaba:
—¡Dave, dime! ¿Me amas o no? ¿Cuántas veces me has mentido? —su voz se quebró—. ¡Suéltame! ¡No me toques!
Dave se mantuvo sereno, ignorando su arrebato.
—Ya basta. Hablaremos en casa.
Sin hacer caso a su resistencia, la alzó en brazos. Sus quejas se apagaron cuando su rostro se apoyó contra su pecho.
Sus hombres tragaron saliva, observando la escena. Una Bianca borracha era más intensa que cualquier oponente que hubieran enfrentado.
Pero nunca habían visto a su jefe tratar a alguien con tanta delicadeza.
En el coche, la resistencia de Bianca se fue desvaneciendo. Su voz se volvió apenas un susurro.
—No quiero ir contigo. Déjame…
Dave suspiró, con un destello de impotencia en la mirada. La acomodó suavemente, apoyando su cabeza en su hombro. Su voz fue calmada y tierna.
—Duerme un poco.
Apoyada contra él,