CAPÍTULO 2. Tienes que empezar a gritar

Apenas fue consciente de que le habían liberado las manos, Franco se acercó a la muchacha, que forcejeaba con sus cuerdas sin mucho éxito. La desató y la vio alejarse de él tan rápido como podía.

Victoria se lanzó contra la primera ventana que vio, y Franco no hizo ni un solo gesto para impedírselo porque sabía que no podía irse. Había vivido en aquella suficiente tiempo como para saber que era una fortaleza. Y tan difícil como era entrar, igual de difícil era salir.

Victoria sintió que se ahogaba cuando vio los barrotes por fuera de la ventana, y se colgó de ellos como si de verdad creyera que podía arrancarlos. Pero después de unos minutos había perdido la fuerza y la esperanza, y se acurrucó en un rincón, sollozando.

—Niña… escucha… —Franco se arrastró hasta ella mientras los puños le temblaban—. Niña… por favor...

Victoria lloraba a lágrima viva, pero él no tenía mucho tiempo para consolarla, y la única forma de calmarla fue abofeteándola.

—¡Mírame, niña! —ordenó Franco sosteniéndole la cara enntre sus manos—. Tienes que empezar a gritar… ahora… Si no creen que te estoy violando, te matarán…

Victoria no necesitaba demasiada motivación, ya estaba aterrada, así que sus gritos resonaron en aquella habitación mucho antes de lo que Santo Garibaldi esperaba.

Franco se arrodilló a su lado, pensando en cómo podían salir de esa, pero la droga ya estaba nublando su cerebro. Pronto no podría respirar de lo rápido que latía su corazón, y sus músculos comenzaron a agarrotarse. Se enclinó hacia adelante, apoyando los codos en el suelo, y se sostuvo la cabeza tratando de controlarse, pero etsaba a punto de empezar a temblar violentamente.

Si Victoria estaba aterrorizada por lo que estaba pasando, peor se puso al ver a aquel hombre así.

—¡Oye, oye! —lo sacudió, haciendo que se tendiera boca arriba. Había escuchado todo lo que su padre le había dicho pero no podía creer que fuera cierto.

—Lo siento… niña… —dijo Franco, sudando mientras las venas de su cuello empezaban a destacarse.

Victoria lo levantó hasta sentarlo un poco contra la cama y lo miró mientras las lágrimas le corrían.

—Me van a matar, ¿verdad…? Si tú te mueres… me van a matar, ¿no es cierto?

Franco no pudo evitar que un par de lágrimas se le salieran al mirarla, era una niña. Solo tenía diecinueve años, y probablementes toda una vida de sueños por cumplirse. No se merecía aquello.

—Lo… siento…

—Hazlo… —murmuró de repente la muchacha y Franco negó con desesperación.

—¡No!

—No me quiero morir… —sollozó Victoria y el primer instinto de Franco fue abrazarla con fuerza—. Por favor... ¡por favor no dejes que me maten…!

Franco quería prometerle que no le harían daño, pero en ese momento incluso su propia vida estaba en peligro. Luchó contra el efecto de la droga, contra aquella fiebre que le ponía el cuerpo caliente y sudoroso, pero en algún momento se dio cuenta de que no había solución.

Victoria podía sentir su calor, su tensión y su fuerza, pero era evidente que aquello terminaría matándolo. Tembló cuando sus manos le recorrieron la espalda y trató de ahogar los sollozos porque solo sería peor y lo sabía.

—Fra-Franco… —murmuró él casi sobre su boca—. Mi nombre... Franco...

—Victoria… —Fue la última palabra que pronunció antes de que los labios de aquel hombre se cerraran sobre los suyos con un beso posesivo y desesperado.

En un segundo la estaba besando y al siguiente Victoria cerró los ojos para no ver que literalmente le arrancaba la ropa del cuerpo. Intentó cubrirse con las manos, pero Franco la empujó sobre la alfombra, y quedó debajo de él mientras le sacaba las bragas y toda su desnudez se ponía en contacto con la desnudez abrasadora del italiano.

Franco la besó con urgencia, la acarició, era una muchacha preciosa que se merecía todo el tiempo del mundo para ser admirada, para ser amada, pero ninguno de los dos tenía ese tiempo.

Le abrió las piernas y acarició su clítoris, haciéndola gemir, pero sabía que no era de placer.

—Victoria… —susurró en su oído tratando de que se calmara. Aquello era inevitable pero él seguía sin ser una bestia—. Calma, amor, estoy aquí…

Jamás en toda su vida Franco había llamado «amor» a una mujer. Acarició sus senos, intentando controlarse para no lastimarla y siguió besándola hasta que sintió que sus músculos se tensaban. Su erección presionaba sobre el vientre de la muchacha y él intentaba con todas sus fuerzas no clavarse en ella como un animal.

No iba a relajarse, estaba aterrorizada y era virgen. Y sabía que aquello iba a ser horrible de cualquier manera. Incluso sabiendo que su supervivencia dependía de ello, el primer instinto de Victoria era alejarse de él, así que Franco tuvo que sostenerle las manos por encima de la cabeza mientras la presionaba con su cuerpo.

Deslizó la otra mano entre los dos y metió un dedo en su interior, arrancándole un grito.

—Eso es, amor, tranquila...

Victoria sintió aquella invasión sin mucho dolor pero sabía que eso no era todo.

—Mírame, tienes que mirarme. Por favor Victoria, mírame…

Victoria levantó los ojos hacia él y vio las lágrimas en sus ojos enrojecidos mientras metía otro dedo. Estaba absurdamente estrecha y tensa, y Franco sabía el trauma que le estaba causando a aquella niña solo de penetrarla con dos dedos.

Intentó no lastimarla demasiado mientras la acostumbraba, pero podía sentir la droga actuando también en su sistema, y dentro de poco ya no lo soportaría más.

Se escupió en la mano, intentando humedecerla, a ella y a su miembro, para hacer aquello menos doloroso pero al final sabía que era inútil.

—Mírame, Victoria… todo está bien, amor, todo está bien —susurró mientras encontraba la entrada de su sexo y empujaba un poco para abrirla. Victoria se retorció debajo de él y solo se quedó quieta cuando sintió las lágrimas de Franco salpicándole las mejillas—. Lo siento, amor… pero tienes que gritar… tienes que gritar… ¡ahora!

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