Mia
El silencio del departamento me golpeó con la fuerza de una bofetada. Nada más cruzar la puerta, me quité los tacones y solté el bolso en el sofá como si ese simple gesto pudiera sacudir también el peso que llevaba encima. Pero no. Aún lo sentía.
Su tacto.
"Entonces no me provoques."
¿Qué demonios había sido eso?
Fui directo al baño, encendí la luz con violencia y me miré al espejo. El maquillaje seguía impecable, como si nada hubiera pasado. Pero yo sí había cambiado. Había algo en mi mirada. Un brillo que no quería ver. Un temblor que no me pertenecía.
—Estúpida —murmuré, frotando mis mejillas para borrar cualquier rastro de él—. No eres una de esas mujeres que se derriten porque un hombre con poder las mira como si fueran su próximo trofeo.
Excepto que no había sido una mirada de trofeo.
Había sido algo más oscuro. Más personal. Algo que me atrapó por dentro y me sacudió el alma como si conociera mis grietas. Y lo peor era que, por un instante, lo había permitido.
El agua fría en mi rostro no ayudó. Tampoco quitarme el vestido y esconderlo en el fondo del clóset, como si fuera un objeto maldito. Nada podía borrar el hecho de que me había dejado arrastrar por ese fuego. Que había sentido… algo.
No, peor. Que había querido sentirlo.
La mañana llegó con la resaca emocional de una noche que parecía irreal. Pero el correo en mi bandeja de entrada no lo era.
“Reunión con el equipo legal. Sala 3. 8:00 en punto.”
¿Dormía ese hombre en absoluto? ¿O era un robot disfrazado de humano con el extraño defecto de ser condenadamente atractivo?
Me vestí con un conjunto sobrio, cerré la blusa hasta el último botón y me até el cabello en una coleta alta. Necesitaba blindaje emocional, y esa era mi armadura.
Pero apenas crucé la puerta de la sala de reuniones, su mirada me alcanzó como una bala.
Él ya estaba allí. Sentado a la cabecera de la mesa. Impecable. Como si la noche anterior no hubiera significado absolutamente nada para él.
—Mia —dijo simplemente, sin un atisbo de emoción—. Siéntate. Empezamos en cinco.
Fingí normalidad, asentí y ocupé mi lugar. Había otras personas en la sala, así que el juego tenía nuevas reglas. Apariencias. Profesionalismo. Frialdad.
Perfecto. Yo también sabía jugar.
Durante la reunión, discutimos contratos, cláusulas, fusiones posibles. Mantuve la compostura, hice aportes, corregí a uno de los abogados júnior que estaba confundiendo términos legales. Él no me interrumpió. Ni una vez. Pero tampoco me elogió.
Era como si hubiera vuelto a ser invisible.
Y lo odié por eso. Odié que su indiferencia me doliera. Que me importara.
Cuando la sala se vació, recogí mis cosas en silencio. Pero él no se movió. Solo esperó. Y cuando la puerta se cerró tras el último empleado, habló.
—Tu análisis del contrato fue preciso —dijo, sin mirarme—. Como siempre.
—¿Eso era lo que querías decirme? ¿O también vas a recordarme que no puedo renunciar, como hiciste anoche?
No respondió de inmediato. Se puso de pie con lentitud y rodeó la mesa. Lo observé acercarse, cada paso suyo medido. Insoportablemente tranquilo.
—¿Qué parte te molestó más, Mia? ¿Que te dijera la verdad… o que te tocara?
Mi cuerpo se tensó como un cable eléctrico.
—No tienes derecho a tocarme así.
—Y, sin embargo, no me detuviste.
Su voz era baja. Amenazante, pero no por el volumen. Por la verdad que escondía.
—Fue una equivocación —mentí. Porque tenía que hacerlo. Porque si reconocía que ese simple roce me había dejado sin aliento, perdía.
Él dio un paso más. Ya estaba demasiado cerca. El escritorio apenas nos separaba.
—¿Y si te dijera que yo no cometo errores?
—Entonces eres más arrogante de lo que pensaba.
—O más honesto.
Me miró. Directo. Como si pudiera ver dentro de mí. Y maldita sea, casi lo hacía.
Pero entonces sonó su teléfono. Un zumbido insistente que rompió la tensión.
Miró la pantalla, frunció el ceño. Luego lo dejó sonar.
—Puedes irte —dijo sin emoción, volviendo a su asiento—. Eso será todo por hoy.
Me quedé un segundo más, con el corazón latiendo con violencia en mi pecho.
Salí sin decir palabra. Sin mirar atrás. Pero por dentro…
Y esta vez, ni siquiera sabía si quería apagar el fuego.
AlexanderElla salió de la sala con el mismo paso firme con el que había entrado, pero yo vi el temblor en su mandíbula. Lo noté. El modo en que apretaba los labios para no decir lo que en verdad pensaba. Para no darme el gusto de una reacción.Mia no era como las demás.Y eso empezaba a convertirse en un problema.—Señor Mercier —dijo Claire, mi asistente, asomándose con su tablet en mano—. Tiene la cena con los inversores suizos esta noche. ¿Desea llevar acompañante?—Sí. Mia Thomas.Claire parpadeó, desconce
MiaEl vestido no era mío. Ni siquiera lo había elegido yo.Lo encontré colgado en una percha dentro del departamento que la empresa tenía asignado para ocasiones especiales. Negro, de tela fluida, con una abertura en la pierna y un escote sutil pero preciso. Elegante. Atemporal. Caro.Como todo lo que venía de él.—"Vístete para impresionar"—. Sus palabras aún zumbaban en mi mente como un enjambre venenoso.Lo hice. No por él. Sino porque yo también sabía jugar el juego.Cuando el chofer me dejó frente al restaurante, lo
AlexanderMia llegó tarde.Exactamente doce minutos tarde. No por tráfico. No por desorganización. Lo hizo a propósito. Lo leí en su andar. En la forma en que sus tacones resonaron contra el mármol del vestíbulo como una declaración de guerra.Vestía un traje gris claro ajustado a la cintura, el cabello recogido con precisión, la boca pintada de un rojo que gritaba mírame pero no me toques. Y aún así, cada mirada masculina en el lobby se desvió hacia ella.Incluido Philippe, el nuevo director de operaciones. Un hombre ambicioso con una sonrisa demasiado ancha para mi gusto. É
MiaEl verdadero poder no siempre se grita. A veces, se escribe con tinta invisible y se susurra en los rincones donde los demás no miran.Eso pensé mientras me ajustaba la blusa de seda color marfil y me ponía los tacones con la misma precisión con la que afilo un argumento legal. Porque hoy no iba a sentarme a su lado como una asistente dócil. Hoy iba a recordarle que yo también tengo garras… solo que las uso cuando nadie las espera.Cuando llegué a la oficina, Alexander ya estaba allí. Como siempre. Con esa calma antinatural, ese control quirúrgico sobre el tiempo, el espacio… y sobre mí. O al menos eso cree.—Buenos días —dije, con una sonrisa t
Mía—¿Estás segura de querer firmar esto, Mia? —La voz de Alexander Pierce era como una daga envuelta en seda—. Porque una vez que lo hagas, tu libertad deja de pertenecerte.No pestañeé. No podía darme el lujo de titubear.—Estoy segura.Mintiendo como una experta.Dicen que los abogados vendemos nuestra alma en cada contrato.Mentira. Yo la vendí antes de firmar.Pierce Holdings no era una empresa. Era un coliseo. Un lugar donde el mármol pulido y los ventanales infinitos no ocultaban la naturaleza del juego: devorar o ser devorado.Y Alexander Pierce… era el león que gobernaba el espectáculo.No llegué aquí por una entrevista tradicional. No hubo filtros de recursos humanos, ni pruebas psicotécnicas, ni promesas vacías en correos electrónicos. Solo una llamada anónima a las once de la noche y una cita al día siguiente. Piso cincuenta. Oficina privada. Reunión directa con el CEO.Sabía lo que eso significaba.Y aun así, vine.—Mia Donovan —anuncié al llegar, entregando mi currículum
AlexanderNunca he creído en las coincidencias.Todo en mi vida ocurre por estrategia, cálculo… o error ajeno. Y Mia Donovan, con su vestido negro ajustado y su mirada imperturbable, no parecía el tipo de mujer que aparecía en mi oficina por accidente.La observé desde la pared de vidrio esmerilado que daba a la sala de juntas. Ni siquiera sabía que ya la estaban presentando al equipo. Estaba puntual, como esperaba, pero sin ese aire de servilismo que suelen adoptar los nuevos cuando pisan Pierce Holdings por primera vez.Tenía la espalda recta. El mentón alto. La mirada afilada.Esa mujer no buscaba integrarse.Buscaba dominar.—¿Seguro que es buena idea tenerla tan cerca? —preguntó Ethan, mi jefe de seguridad, sin apartar la vista del informe que sostenía—. Esta abogada tiene demasiadas credenciales… y demasiadas razones para tenernos en la mira.—Precisamente por eso la quiero cerca —respondí sin apartar la mirada de la sala—. Así sé exactamente cuándo apuñalará.Ethan bufó, pero n
MiaLo supe apenas vi el correo."Organizar evento privado de bienvenida para los socios de Blackstone Inc. – esta misma semana. Ubicación a definir. Catering exclusivo, lista de invitados VIP, presentación de resultados del trimestre, sin exceder los 300 mil dólares. Código de vestimenta: elegante, pero no ostentoso. Plazo: 72 horas. Preguntas, dirigirlas a: nadie."¿Una broma?No.Era Alexander Pierce.Y su retorcida forma de decir “bienvenida al infierno”.Apreté la mandíbula mientras cerraba el portátil. No me contrataron como organizadora de eventos. Soy abogada. Magna cum laude, Harvard Law. Podría estar liderando una fusión millonaria en este momento. Pero no. Aquí estoy, buscando floristas de último minuto que no huelan a desesperación.—¿Estás bien? —preguntó Olivia, una analista que había sido asignada como mi “apoyo”.Le lancé una sonrisa tan falsa como el presupuesto de ese evento.—Perfecta. Solo necesito encontrar una locación que esté libre, tenga vista al skyline, teng
AlexanderEl poder no es un privilegio. Es una defensa.Eso me lo enseñaron a la fuerza.Por eso leo los informes con obsesiva puntualidad. Por eso mando a verificar cada dato, cada nombre. No confío en nadie que no haya intentado traicionarme al menos una vez. Y esta semana, en particular, no puedo dar espacio a errores. Blackstone Inc. está a punto de cerrar uno de los acuerdos más grandes del año. No necesito distracciones.Excepto que ella ya lo es.Mia Donovan.Su nombre no debería estar en mi cabeza a estas alturas. Una simple abogada más. Competente, sí. Insolente, también. Pero reemplazable.Sin embargo…Desde el momento en que me enfrentó en el evento, frente a mis propios socios, se metió bajo mi piel como una astilla. Invisible. Dolorosa.Y por eso estoy leyendo su informe personal por tercera vez. No porque me importe, por supuesto. Sino porque cada debilidad debe conocerse antes de que se convierta en un problema.Una línea resalta entre las demás.“Donovan, Liam. 22 años