Isabella y Nick aún estaban sentados en el suelo. La libreta con el dibujo de la cabaña permanecía abierta entre ellos. Las líneas eran torpes, pero llenas de significado: los cuatro hijos, el balcón, el columpio. El hogar soñado.
Nick le rozó el rostro con los dedos, como si aún no creyera que ella estaba allí, real, respirando contra él. —Isa… —susurró—. Si esta noche fuera la última, no me perdonaría no haberte dado todo cuanto soy.
Ella lo miró con los ojos brillantes. — ¿Y qué es “todo” para ti?
Él no respondió con palabras. Se inclinó y la besó con dulzura. Primero los labios. Luego el cuello. Después la clavícula.
Fue un beso lento, entregado… que no pedía permiso, pero sí verdad.
Isabella tembló. No de miedo, sino de certeza. —Nick… —susurró.
—No quiero que te sientas obligada —dijo él, rozándole los labios—. Te juro que me basta con esto… con tenerte así, viva, conmigo.
—Nick —ella lo interrumpió—. No estoy aquí por obligación. Estoy aquí porque contigo… por primera vez, no m