El arresto de Isabella había dejado más que un hueco: había dejado una herida abierta en los círculos de poder.
Los periódicos aún hablaban de la “bancarrota de la Riva ” y los aliados caídos, pero ya emergían nuevas voces dispuestas a reclamar ese terreno.
En el salón de la mansión Valtierra, Celeste repasaba los titulares con gesto frío. Había esperado que el apellido le diera ventaja, pero comprendía que la sombra de Aelin seguía siendo más fuerte.
—Tengo que moverme antes de que alguien más reclame este espacio —susurró para sí misma, cerrando el periódico con un golpe.
Pero ya era tarde.
En un desayuno organizado por empresarios del sector energético, una mujer de cabello castaño oscuro, mirada afilada y sonrisa calculada, se levantó para hablar. Mariana Ortega, conocida por sus conexiones en provincias y su habilidad para negociar en silencio, vio en la caída de Isabella su oportunidad dorada. Anteriormente, se centró en el negocio de Leonard, pero ya este, y sus accio