La visita de Thorner aún resonaba en la mente de Aelin. Su maestro, con aquella mirada profunda y voz grave, había removido un rincón de ella que creía dormido. Le había recordado que la victoria no solo se construía con estrategia y sangre, sino también con el peso del legado.
Pero no había tiempo para debilidades. Apenas amanecía y los reportes de Darian no dejaban lugar a dudas: Isabella seguía moviendo piezas en secreto, y Leonard… Leonard ya no era más que un espectro encerrado en su propia paranoia.
Aelin se recogió el cabello frente al espejo. Sus ojos, fríos como dagas, no mostraban ni rastro de cansancio.
—Hoy el tablero vuelve a mancharse de veneno —murmuró para sí.
En un salón privado del Hotel Imperial, Isabella reunió a los últimos contactos que aún no la habían abandonado. Sus manos temblaban al sostener la copa de vino, pero su sonrisa forzada intentaba ocultar el miedo.
—Leonard ya no es un líder —dijo con voz clara—. Se ha convertido en un loco, en un estorbo. Pe