En la mansión Elizalde, Leonard llevaba dos noches sin dormir. Su rostro estaba demacrado, las ojeras oscuras como sombras permanentes y el traje, aunque perfectamente planchado por sus asistentes, parecía colgarle como si ya no perteneciera a su cuerpo.
Isabella lo convenció de asistir a una reunión empresarial convocada en el hotel más lujoso de la ciudad, donde importantes accionistas y figuras de negocios esperaban escuchar la reafirmación de su liderazgo. Ella lo maquilló con sonrisas falsas y palabras calculadas:
—Si no apareces, todos creerán que estás acabado. Necesitamos que muestres control.
Leonard asintió, sin comprender del todo. Una parte de su mente sabía que Aelin lo vigilaba desde algún rincón, esperando su error. Otra parte… ya no distinguía si hablaba con Isabella o con la propia Aelin disfrazada.
El salón estaba lleno. Cámaras de periodistas, empresarios con trajes oscuros, secretarios tomando notas. Las luces eran brillantes, demasiado brillantes, como cuchil