La mañana después del colapso
Los titulares amanecieron ardiendo en todas las pantallas, periódicos y portales digitales. La imagen de Leonard, con los ojos desorbitados y el rostro desencajado, había dado la vuelta al mundo en menos de doce horas.
«Colapso en vivo: el poderoso Elizalde se derrumba ante las cámaras»
«Locura, delirio y confesiones: ¿quién es la mujer que persigue a Leonard?»
Los fragmentos del discurso incoherente corrían como pólvora. Su grito, aquel ¡Aelin nunca murió! Se repetía en bucles virales, generando especulación entre los medios y teorías conspirativas en redes sociales.
Isabella cerró la tablet con fuerza, furiosa. La pantalla se apagó, pero no el zumbido en su cabeza. Lo que había construido con tanto esfuerzo se estaba desmoronando por la debilidad del hombre al que había apostado todo.
—No puedo dejar que caiga solo —se dijo a sí misma en el espejo, ajustando su vestido de seda color vino—. Si Leonard se hunde, me hunde a mí también.
En la reside