El corazón de Leonard se comprimió, su cuerpo tembló, y su razón poco a poco se le estaba deteriorando. Se derrumbaba como un castillo de naipes.
El olor a óxido y humedad, estaban impregnados en el aire. Aelin, vestida completamente de negro, ajustaba los guantes de cuero mientras Sasha revisaba el cargador de su pistola.
El objetivo era Harold Vess, un miembro clave de la red Arkenis, encargado de lavar dinero y financiar los movimientos de Leonard.
—El hombre se siente intocable —dijo Sasha, mostrándole un mapa—. Siempre usa dos escoltas y nunca cambia de ruta. Lo recogerán a las ocho en su oficina y lo llevarán a su casa.
—Perfecto —respondió Aelin—. Vamos a hacer que su rutina sea su tumba.
El auto negro de Harold salía del estacionamiento subterráneo.
Aelin y Sasha esperaban en un vehículo sin luces, aparcado a dos calles de distancia. En el momento exacto, otro coche de su equipo interceptó la ruta, obligando a los escoltas a frenar.
En ese instante, Aelin salió de las